—Buen día doctor.
—Buen día, dígame licenciado.
—Disculpe, licenciado. Siempre me confundo, no entiendo bien
eso de los abogados doctores, los doctores médicos y los psicólogos
licenciados.
—Bueno, ese es un tema de títulos nomás, en realidad los
únicos doctores son los médicos, nosotros los psicólogos somos licenciados y
los abogados son… chantas, nada más. ¿Ud. no es abogado no?
—No doctor…
—Licenciado.
—No, tampoco.
—Disculpe, se me confunde. Yo soy camionero.
—Ah, mire que bien. ¿Nombre?
—Carlos Alberto Moreyra.
—Así que es camionero Carlos.
—Dígame Cacho, suena más masculino.
—No se me había ocurrido. Así que es camionero Cacho, a mí
siempre me gustó viajar. ¿Conoce mucho?
—No se crea que es muy lindo, tengo los mismos tres destinos
todas las semanas desde hace 10 años. Conozco más la ruta 32 que mi propia
casa.
—Se me ocurre que ya no debe ser divertido.
—Para nada.
—¿Tiene algo que ver eso con el motivo de su consulta?
—¿Consulta? Yo no le consulté nada.
—Digo, de su visita, se le dice consulta.
—¡Ah! No, nada que ver, con mi trabajo todo bien. Llega el
punto en que uno se acostumbra y lo toma como algo normal, le guste o no lo
termina haciendo.
—Entiendo. ¿Entonces?
—¿Entonces qué?
—¿Cuál es el motivo de su consulta?
—¿Consulta?
—¡Bueno, de su visita!
—¡Ah! Disculpe doctor, es que es mi primera vez y estoy
nervioso.
—Se le nota. Mejor dígame Facundo, lo de doctor y licenciado
es algo que no tiene importancia. Lo que importa es que Ud. confíe en que puede
contarme lo que le pasa y que eso para mí es secreto profesional.
—Sí, seguro…
—Me sonó irónico, ¿tiene alguna duda de que es así?
—La verdad que no me creo que después de escuchar semejantes
barbaridades día a día, no salga a contarlas en sobremesas con amigos,
seguramente debe tener más de una historia que le haría ganar la atención y las
risas de todos sus amigos en una noche de anécdotas.
—Eso no es tan así. De vez en cuando uno cuenta algo de lo
que escucha…
—Aja, ¡lo sabía!
—Sí, pero nunca con nombres. Se dice el pecado pero no el
pecador. Además después de quince años escuchando los problemas de la gente,
como que a uno deja de importarle una vez que sale del consultorio, ya pierde
la gracia, imagínese que me esté acordando y preocupando por cada problemita
con los que la gente suele venir…
—¿Si? ¿Muchas pavadas?
—¿Que cosa?
—Los problemas de la gente, ¿muchas pavadas?
—Disculpe pero es algo que no le voy a decir, además déjeme
que le recuerde que está perdiendo tiempo de su consulta…
—¡Ah! No importa, Igual paga la obra social, Moyano tendrá
sus agachadas pero nos consigue buenos servicios. Además dicen que los
camioneros somos los que más problemas mentales tenemos, como mínimo deben
cubrirnos este tipo de consultas.
—La verdad que sí.
—¿Tiene muchos pacientes camioneros?
—Los suficientes.
—¿Cuantos son suficientes?
—Los suficientes como para saber que tanto andar solos
terminan por hacerse problemones mentales por cualquier pavadita, o en el mejor
de los casos, tanto hablar solos les hace creer que tienen amigos imaginarios.
—Si, puede ser.
—No, no puede ser, es. ¿Ud. mientras maneja que hace?
—Nada.
—¿Como que nada? ¿No piensa?
—Obvio que pienso, vivo pensando, pero no creo que al pensar
esté haciendo algo.
—Disculpe que lo corrija, pero en realidad está haciendo
algo, está pensando, y pensar es una actividad. Imagine que sale de su trabajo
y un compañero lo jode con la fidelidad de su mujer…
—Aja.
—Ud. lo toma normalmente como una joda, se sube al camión y
se va, ¿no?
—Obvio, entre camioneros nos vivimos gastando por las
guampas, o por la fidelidad de las mujeres, como le suene más lindo.
—Bien, ahora recuerde que subió a su camión y se quedó
pensando en lo que le dijo su compañero, Ud. sabe que es una joda y que su
compañero ni siquiera conoce a su mujer.
—Lo sigo.
—Comienza su viaje con esa joda en la cabeza y las ideas le
empiezan a dar vueltas, empieza a pensar
que tal vez no sea TAN en joda, que existe la posibilidad que sea
cierto. Recuerda que el ochenta por ciento del mes Ud. no está en su casa, y
que las mujeres por lógica necesitan satisfacción - lo escuchó a González Oro
decirlo en radio, y si el negro Oro lo dice es palabra mayor-. Así empieza con
la maquinita en su cabeza: carbura, carbura hasta que llega al punto en que ni
siquiera sabe cómo, pero está totalmente furioso con su mujer…
—Puede ser, nunca me pasó, pero ahora que lo razona así, tal
vez mi mujer…
—¡No! No digo que su mujer le sea infiel, al contrario. Lo
que intento explicar es que teniendo tanto tiempo para pensar, empiezan a tejer
esas ideas y hasta se las creen. He tenido casos de camioneros con causas por
violencia familiar que han ido a golpear a sus mujeres recién llegados de viaje
y sin siquiera saludarlas, por el simple hecho de que alguien les hizo una
broma con el tema y durante todo el viaje se convencieron de que era verdad. A
veces pensar sólo y en exceso nos lleva a estas cosas.
—Entiendo.
—¿Le ha pasado?
—¡Jamás golpeé a mi mujer! ¡no se lo voy a permitir!
—No digo eso, pregunto si le ha pasado de darse cuenta que
por mucho pensar se hizo de una pavada un problemón.
—Sí, que se yo. Puede ser, a muchos les pasa. En el barrio
le dicen maquinarse.
—Claro, en lunfardo sería eso.
—¿Lunqué?
—Lunfardo, un dialecto que usan en la cárcel.
—No, el que yo digo lo usan en el barrio.
—Es un decir. Volviendo a Ud.: ¿Le pasaron o le están
pasando este tipo de cosas?
—¿Que cosas?
—¡Hombre! ¿No sigue el hilo de la conversación? Que si le
pasa que se hace problemas enormes por pavadas.
—¡Ah! Si, puede ser, de hecho en este momento…
—Lo escucho.
—No me haga caso, sigamos hablando.
—¿Pero de qué quiere que hablemos? Es su consulta, no la mía.
Recuerde que la hora corre, aprovéchela al máximo. ¿Me decía que es este
momento le está pasando algo así?
—No sé, prefiero no hablarlo.
—¿Pero entonces a qué vino?
—¡Que se yo! Mi mujer me dijo que era buena idea.
—Entonces lo mandó su mujer…
—Yo no diría que me mandó, más bien vine para darle un
gusto, para que se quede contenta.
—Entonces su mujer considera que Ud. tiene un problema.
—Lo que ella considere no me va ni me viene, ¡la que tiene
el problema es ella!
—Por ahí venía la cosa. Cuénteme.
—¿De su problema? ¡Que venga ella y gaste tiempo de su
consulta! Yo en la mía voy a hablar de mí, demasiado me costó venir como para
desaprovecharla.
—Bueno, hablemos de Ud.: ¿como esta?
—¿En qué sentido?
—No sé, en sentido general. ¿Está tranquilo? ¿Le cuesta
dormir?
—Dormirme no es problema, el problema es cuando me levanto.
—Lo escucho.
—Todo es culpa de ella, de mi mujer y su problema que yo no
le voy a contar. Eso me hace levantarme pensando y por ende ya arranco mal
arriado de temprano.
—Entonces el problema de su mujer le ocasiona
intranquilidad.
—¡Obvio! ¿A Ud. que le ocasionaría? ¿Risa?
—No lo sé, tal vez.
—¿Cómo que tal vez?
—No lo sé, Ud. no me dijo cual es el problema de su mujer,
por ende no sé cómo reaccionaría. Tal vez me de risa, sí.
—Ya veo que tarde o temprano se lo voy a tener que contar.
—Ud. lo dice.
—La cosa es que me levanto intranquilo, ya probé de todo y
no hay forma de tranquilizarme.
—¿Probó con té de tilo?
—Sí, una medida todas las mañanas.
—¿Medida?
—Emm, sí. Le digo así a la taza de té, es una costumbre… ¿pero
porqué anota eso?
—Anoto nomás, tal vez sea un indicio.
—¿Indicio de qué?
—De alguno de sus problemas, si le llama medida a una taza
de té, se me ocurre que tal vez su problema puede tener bases en el alcohol.
—¿Me está tratando de borracho? ¿Porqué dice tantas veces
tal vez?
—Para nada, yo no dije eso…
—Ud. dice todo y al final no dice nada.
—Lo que digo es que puede ser un indicio, nada más. Si
alguien viene y le llama pitada a una chupada de paleta, me parecería un
indicio de tabaquismo.
—O de pelotudo…
—Tranquilo Cacho, sigamos con Ud. Creo que le haría bien
contarme que problema le acoge.
—¿Que problema me qué?
—Cuál es el tema que hace que se despierte intranquilo.
—Mi mujer, ya le dije.
—Sí, me lo dijo, ¿pero qué cosa de su mujer?
—Que no me quiere…
—¿Ella se lo dijo?
—No, pero con demostrarlo sobra.
—¿Y cómo se lo demuestra? ¿No le habla?
—No creo que sea necesario que le cuente.
—Yo creo que sí, si dice que su mujer no lo quiere y eso lo
hace sentir intranquilo al despertar, lo más necesario es saber porqué Ud. cree
que no lo quiere.
—No sé, me da cosa.
—¿Su mujer le da cosa?
—¡No! ¿Qué dice? Me da cosa contarle porqué intuyo que no me
quiere.
—No se haga problema, cuente nomás…
—Ella no me entrega…
—¿No le entrega?
—Bueno, más bien no SE entrega…
—¿Cómo?
—Ya sabe…
—No, no sé, y la verdad cada vez entiendo menos…
—Cómo quiere que le diga doc., no me entrega, no le gusta la
colectora, no anda por camino de tierra…
¿Entiende o le hago un cuadro sinóptico?
—Creo que voy entendiendo: su mujer no acepta el sexo por
vías poco convencionales…
—Una cosa así…
—Aja, ¿y?
—¿Y qué? ¿No le parece suficiente?
—¿Suficiente qué?
—¡Suficiente demostración de que no me quiere! ¡Cualquiera
se daría cuenta!
—La verdad no lo había pensado así, pensé que quizá le
duele, o por ahí solo es pudor, o no le parece apropiado. En ningún momento
pensé que podía ser falta de afecto…
—Por favor doctor, ¡es obvio!
—¿De donde sacó eso?
—Sentido común…
—¿Común de quien?
—¡De todos, del común, de mis amigos, de mis compañeros!
—¿De qué círculo son sus compañeros?
—Los muchachos del gremio.
—¿Son camioneros?
—No, si van a ser ginecólogos…
—¿Y eso es lo que piensan con respecto de las mujeres a las
que sólo les gusta el sexo convencional?
—¡Por supuesto! Si una mujer te ama de verdad, te entrega,
sino es pura cháchara.
—¿De verdad Ud. cree eso?
—¿De verdad Ud. no lo cree?
—¡No!
—…
—Creo que ya tengo la solución.
—¿Sí? ¿Tan rápido? ¡Que grande doc!
—Sí, Ud. debe divorciarse.
—¿Cómo?
—En un abogado, ¿cómo más?.
—Ya sé que en un abogado, pero ¿cómo se le ocurre que mi
solución es el divorcio?
—Claro, resulta obvio que su mujer no lo ama, o al menos eso
acaba de afirmarme.
—¿Pero como se le ocurre que me divorcie?
—¡Y para qué quiere estar con alguien que no lo ama, y que
encima tiene el descaro de demostrárselo de un modo tan obvio!
—No entiendo doctor, ¿Ud. habla en serio?
—¡Por supuesto! ¡Déjela! Esa ingrata no lo ama. Yo sé donde
Ud. va a encontrar la solución.
—¡Adonde Doc.!
—La deja, le firma los papeles y se me va derecho al cruce
de la 32 y la 121…
—¿Que?
—Las únicas personas que le van a demostrar amor
incondicional de la manera que Ud. desea se encuentran en ese cruce, de once de
la noche a tres de la mañana, y en ese horario se hacen llamar Nicole o
Jenifer. Pero tenga cuidado, no vaya en otro horario porque responden a nombres
como Roberto o Moncho, y créame: tal vez le reclamen a Ud. el mismo amor que
está buscando.
—¡Andá a la mierda, cornudo!.
—¡Espere, no se vaya tan rápido! ¡Llévese este frasquito,
tal vez lo necesite! ¡Señor, señor!
No sé qué dije de malo que lo enojó tanto… En fin… Diagnóstico:
PELOTUDO.
Excelente, exquisito. Creo que en varias sutilezas se detecta el acento entrerriano, sin embargo tiendo a pensar que donde mas se destaca es donde dice "arranco mal arriado", un sinónimo podría ser "ando caido del catre" o "arrancado verde"... pero no corregiría nada, me lo imagino como guión para un sketch cortito.
ResponderEliminar"Con el culo pal norte" sería otra variante. Es difícil esconder la tonada mi amigo, menos cuando no se reniega de ella. Lo del sketch se lo dejo a Ud., cuanto mucho yo le vendo pororó a la entrada de la sala, porque soy medio tímido pa' las tablas...
ResponderEliminar