Lunes 5:30 am.
Tic-tac, tic-tac. Dicen que en el subconsciente escuchamos los instantes
anteriores al despertar. El cree que su subconsciente no está funcionando del
todo bien, ya que últimamente escucha como martillazos esos dos últimos
segundos de reloj antes del insoportable ti-ti-ti-ti…ti-ti-ti-ti
del cuadrado plástico made-in China que por desgracia nunca falla.
Nuevamente a despertar, nuevamente a la
rutina de los próximos cinco días y medio que ya se conoce de memoria, ya lo sabe
muy bien, ya se imagina todo lo que vendrá:
Diez chispazos al Bic. blanco cerca de la hornalla que pareciera
hacer lo imposible por no encender, agravado esto por el dolor que causa en los
dedos el roce de la piedra gastada del encendedor contra sus yemas entumecidas
del frío tras haberse lavado la cara con el agua helada de la mañana,-el
invierno no es para el madrugador- piensa mientras por fin enciende la hornalla
y huele el aroma a pelo quemado: el bello de sus nudillos que no alcanzó a
sacar del fuego por la obvia falta de reflejos de esa hora de la madrugada.
Nueve cuadras en bici hasta la estación San Andrés, nueve cuadras
interminables con el viento pinchando como agujas heladas contra la cara y los
dedos desprotegidos de guantes que por costumbre se olvida.
Veinte minutos en tren, en el vagón de las bicis, renegando a cada
instante con los pedales enredados en cadenas ajenas, intentando pensar en otra
cosa que le haga olvidar el frío que ahora siente en sus pies por estar hace
algunos minutos parado inmóvil con las medias transpiradas por la pedaleada,-imposible-
se dice para sus adentros mientras resignado deja de mover sus dedos que no
consiguen calor.
Otra vez el frío le pincha los pómulos al abrirse la puerta del tren
mientras pelea con tres ciclistas que bajan junto a él intentando desenganchar
sus bicis que parecen trabadas a la perfección de formas que si quisiéramos
repetir conscientemente nos resultarían imposibles.
Doce cuadras más tragando humo detrás de los colectivos, esquivando
puertas de autos que se abren y gente que cruza frenética antes del corte de semáforo
(la bicicleta es a Capital Federal lo que una cometa es a un día sin viento:
imposible remontar más de diez metros sin tener que frenar y volver a remontar
mil veces).
Nuevamente verle la cara al gordo, bigote ceñido hacia un costado
mascando un palillo que se mueve como dibujando un ocho torpemente (para estar
a esa hora con un palillo, debe haberse desayunado un bife temprano). Sabe muy
bien lo que viene:
-A la hora que quieras Cardozo, a la hora que quieras.
-Disculpe don Luis (me
encantaría un día mostrarle el quilombo que es viajar de San Martín a su
condenada fábrica para llegar y verle la
cara de culo fruncido y con frío, me encantaría perderle la mitad de la flota
del ferrocarril Roca por su parte íntima trasera y disfrutar viendo como se
traga el escarbadientes del dolor mientras me agarro un testículo con la
derecha y le renuncio en la cara), el tren se retrasó, no va a volver a
pasar-. Sabe muy bien que jamás va a decir en voz alta lo que piensa entre paréntesis,
pero igual lo piensa porque le da un mínimo placer.
Así transcurrirá su día
de 11 horas en la fábrica revisando un pistón cada 30 segundos, parado y
aguantando el dolor de su cintura que a mitad de la jornada se hace más molesto
que el frío en sus pies.
Todo eso pasa
por su cabeza en el instante que demora desde que escucha el despertador hasta
que se incorpora en la cama y se friega los ojos rogando que ese despertar sea solo un mal sueño.
Cuantos malos
despertares se hubiera ahorrado si aquella noche en el café le hubiera seguido
el juego de guiños de la rubia despampanante que se había bajado del BMW y
ahora le guiñaba el ojo continuamente como si la partida de truco estuviera en su
recta final y fuera inminente que supiera de su siete de espadas. Pero no. Él, inconsciente
de su futuro, prefirió dejar los guiños de lado y fijarse en los tímidos ojos
marrones que bajaban de la Zanella
50cc. y se internaban, como queriendo esconderse, en la mesa del último rincón
del bar.
Cuantos malos
despertares se hubiera ahorrado si seguía coqueteando con la rubia...
A su lado un
cuerpo gira y se despereza, una mano le acaricia la espalda. Vuelve su mirada y
descubre esos ojos apenas abiertos, ojos tímidos que vio esconderse en aquel
bar, aquella noche ya lejana. La mínima abertura de sus parpados le dejan ver -aún en la oscuridad- la
belleza tan simple que lo enloqueció en aquella primer mirada.
Hoy hace ya
veinte años que despierta e inconscientemente repasa todo lo malo que le pasará
en el día. Hoy hace vente años que una mano en su espalda le interrumpe esos
malos pensamiento y unos labios finos pero tibios le quitan el sabor amargo y
le endulzan el resto de su día. Hoy hace veinte años que vuelve a elegir pasar
su día tal y como se le presenta, solo para volver y ver nuevamente esos ojos y
besar esos labios que mañana nuevamente lo despertarán endulzado. Hoy hace
veinte años que otra vez, gracias a ella, podrá soportar con bastos fundamentos
el tic-tac punzante y la alarma insufrible de su reloj chino barato que por suerte
nunca falla.
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