Jugar al hombre invisible no es tan emocionante como lo vemos de chicos.
A veces hay cosas que nos resultan imposibles, inalcanzable, las anhelamos tanto que suponemos que si un día la alcanzáramos, la felicidad absoluta llegaría a nuestras vidas para quedarse.
Mentiras! – Digo gritando – Toda mi infancia mi juego preferido, el que jugaba antes de dormir sin contarle a nadie, fue el hombre invisible: imaginar que podías meterte donde quisieras a ver las cosas que pasaban mientras vos no estabas, principalmente mientras los demás pensaban que estaban solos, ya que cuando estamos bajo la única compañía de nuestra propia soledad, somos realmente nosotros, con nuestros errores y nuestros aciertos, con aquellas cosas que nos encanta hacer pero que jamás haríamos en público: conquistar el espejo, besar nuestra almohada sin que nos importen la plumas, como si fuera la mujer de nuestras vidas y no nos molestara en lo más mínimo que no se afeitase en invierno, y tantas otras cosas que hoy me dan vergüenza contar, por más que ustedes no sepan quién soy, por más cierto que sea que jamás vayan a conocerme.