Cuando me siento mal cambio BRONCA por BRANCA y todo pasa a ser un problema gramatical.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Ella durmiente

Veo sin mirar tus labios cada vez que cierro estos ojos que no cierran, que no apagan, que no dejan de atormentarme con imágenes, excepto cuando veo, sin mirar, tus labios.
Respiro. Respiro el perfume, respiro el aire que tus labios exhalan. El aire. El perfume de tu aire. Y mi piel se pone como de gallina y siento, siento el perfume.
Me acerco, trato de rozarlos como quien siente la necesidad irrefrenable de tocar algo que sabe caliente. Sé que me quemarán, igual intento tocarlos con mis labios.
Pero es sabido que no puedo, siquiera rozarlos, siquiera con los dedos.
Me retiro, hago uso del único sentido en el cual confió ciegamente: mis ojos. Sí, paradójicamente, contradictoriamente, confió ciegamente en ellos.
La belleza de tu boca aterciopelada, adormecida, entumece la mía. Tan solo la vista (el mejor sentido si se lo acompaña con una dosis de imaginación) me trae leves reminiscencias de cuando pude tocarla, de tus besos de budín y caramelo, de lo mucho que pude disfrutarla, de lo poco que la disfruté, pero de lo dulce que fue ese poco: ese dulce que ahora imagino de solo verla, a tu boca, de respirarla.
Me alejo un poco más y contemplo el todo. Todo tu cuerpo tendido, toda tu inocencia, la de tu sueño, la de tu forma. La inocencia de esas piernas largas, perfectas, que aún no saben de lo mucho que serán capaces, de lo mucho que conseguirán. La inocencia de tu cintura en cuarto menguante que solo se deja ver desnuda en los escasos centímetros entre el elástico del pijama y el ruedo de la remera, pero se deja imaginar completa, recorrida por caricias, besada, descubierta por un naufragio de besos que llega empapado a su orilla y que cualquiera sospecharía que naufragó allí intencionalmente.
Tus pies descalzos lo dicen todo. Tus uñas sin pintar completan tu inocencia. El contorno tan perfecto de tus pies, tan buscado por la ortopedia, y en ellos la piel tan suave, tan buscada por la dermatología. Completamente suave, completamente limpia, pero completamente incomparable con la otra piel, la que ahora me distrae de tus pies.
Me acerco a ellas, a tus mejillas, la luz del sol que por la siesta se cuela entre los escasos espacios que deja la cortina, hace que se vean más resplandecientes, más morenas, más hermosas, más inalcanzables. Imposible no sucumbir  en el deseo de rozarlas también con mis labios. Imposible no volver a darme cuenta de lo que entendí al principio: el tacto de mis labios ya no existe, y eso duele. Como si fuera el peor castigo divino al más infame de los pecados. Duele.
Tu figura ahí recostada, completamente hermosa y visible pero absolutamente distante e  impalpable… Duele.

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